Cuando Claire Underwood se convirtió en la primera presidenta de EEUU en el drama de Netflix, House of Cards, Kemal Harris, diseñadora de vestuario de la serie, dijo algo en lo que todavía hoy sigo pensando: Madame President no usaría bolso. Incluso a pesar de que numerosos diseñadores se acercaron a ella para ofrecerle uno de su firma. ¿La razón? “Porque nunca has visto a un presidente hombre con portafolios o cartera (…) Claire no llevará bolso. Tiene gente que lo haga por ella. Es la presidenta”. En ese momento entendí que en la moda y la política, el mensaje está en los detalles.
¿Cuántas veces hemos escuchado la frase de una mujer haciendo (cualquier actividad) “en un mundo de hombres”? El hecho de que existan ámbitos dominados por la presencia masculina es solo un reflejo de la inequidad de oportunidades que ha existido históricamente. La política es uno de estos campos laborales en donde la falta representación femenina es más que evidente y como consecuencia, la normativa de género constituye un factor determinante hasta en los detalles más cotidianos como el qué se viste para hacer el trabajo. De acuerdo con la académica inglesa Mary Beard, “algunas de las mujeres que ‘la han armado’, no se rebajan a imitar los códigos masculinos” sino que tienen la capacidad de voltear aquellos símbolos que usualmente desempoderan a las mujeres a su favor.
En 1990, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer con el cargo de primer ministro del Reino Unido y la cuarta en mundo en ostentar una jefatura de estado. El traje sastre fue su uniforme pero se distinguió del rebaño parlamentario haciendo del azul su color insignia, vinculado al partido conservador, del que formaba parte. Según explica su biógrafo, Charles Moore, “quería verse extremadamente bien y muy distinguida, pero ser convencional porque no quería causar conmoción”. Thatcher enfatizaba la feminidad a través de perlas, moños al cuello y broches. A pesar de su estilo sobrio, supo elevar la apuesta cuando la ocasión lo ameritaba y usar la moda como herramienta política. Por ejemplo, sus encuentros con la familia real o más puntualmente, su visita a Moscú en 1987 donde jugaba un papel clave para terminar con la Guerra fría y eligió vestir bajo la temática rusa. “Era extremadamente profesional y era muy profesional con su ropa” asegura Thomas Starzewzki, diseñador de moda.
Opuesto a la discreción buscada por Thatcher, el gusto por el lujo de Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacional (2011 a 2019) y actual presidenta del Banco Central Europeo (BCE), ha demostrado que la nacionalidad juega un rol clave en la opinión pública sobre lo que visten las figuras políticas. Su herencia francesa hace comprensible la inclinación que tiene hacia las firmas de alta gama pues forman parte del tejido cultural de su país. Lagarde hace espacio en su agenda política para asistir a los desfiles de Chanel y su colección de bolsos Birkin de Hermès no pasa desapercibida. La presidenta del BCE viste trajes y vestidos sastreados regularmente en color gris o una paleta de color neutro. Su accesorio más poderoso son las mascadas, a través de las cuales agrega un toque de color y utiliza para enviar mensajes no verbales; ajustada y anudada cuando se trata de dar una imagen fuerte y otras veces más suelta cuando apela a la cercanía. Las alta joyería como collares, aretes y broches forman parte de su guardarropas como símbolo de estatus político, no social.
Viajando del otro lado del océano y subrayando una vez más la importancia del país de origen, pensemos en Michelle Obama. La ex primera dama de Estados Unidos, siempre favoreció el uso de diseñadores estadounidenses y -consciente del impacto de su imagen- decidió favorecer a figuras emergentes como Jason Wu, Christian Siriano, o Brandon Maxwell, por nombrar a algunos. La única ocasión en que Obama fue vista usando Tom Ford, la firma americana más costosa, fue durante una cena de estado en el Reino Unido. Pero en ese momento todo hacía sentido por tratarse de un encuentro con la reina y el hecho de que Tom Ford sea una marca estadounidense basada en Londres. Incluso el mismo diseñador declaró más tarde su falta de interés por vestir a figuras políticas pues su ropa “es muy cara, y no lo digo en un mal sentido… pero si quieres identificarte con todos, no deberías usar ropa tan cara”.
¿Y qué tan identificable sería que una importante figura política vistiera ropa prestada, comprada en tiendas de descuentos y segunda mano, rentada o accesible? ¡Un éxito! Así lo ha demostrado la congresista Alexandra Ocasio-Cortez (AOC) que ha utilizado la moda para subrayar su presencia en la Cámara de representantes. A través de sus redes sociales habla abiertamente del origen de su ropa y su intención. Ha logrado causar tal impacto que en 2020 Lyst la incluyó en su top 10 de Power Dressers junto a figuras como Harry Styles, Beyoncé y Lizzo. Desde que se unió a la cámara de representantes dejó claro que el estilo hablaría por ella. Aquel día AOC llevó un traje blanco, color de las sufragistas; arracadas doradas, como un guiño a su herencia latina y al Bronx; y lipstick rojo. Éste, explicó ella misma en Twitter, “inspirado en Sonia Sotomayor, a quien le recomendaron usar esmalte de uñas neutro en sus audiencias para evitar el escrutinio. Se dejó las uñas rojas”. En agosto, AOC fue captada afuera del congreso llevando un bolso Telfar, el llamado Birkin de Bushwick por ser una pieza accesible pero casi imposible de conseguir porque siempre se encuentra agotada, ese día las búsquedas online de la bolsa aumentaron un 165% de acuerdo con Lyst. Ocasio-Cortez está cambiando las reglas al introducir un nuevo lenguaje al ‘power dressing’, uno que deja de lado sutilezas y subraya que el interés por la moda no la desempodera frente a su ambición política.
Recientemente, durante la inauguración presidencial de Joe Biden y Kamala Harris, vimos un despliegue de moda política pues las elecciones estilísticas de las mujeres presentes estaban cargadas de mensajes. En la noche previa a la inauguración, durante la ceremonia en honor a las víctimas por covid-19, la vice presidenta electa llevó un abrigo firmado por Pyer Moss, una marca de Kerry Jean Raymond, quien durante la pandemia convirtió sus oficinas en centro de donaciones, donó cinco mil dólares para la compra de guantes y cubrebocas y aportó otros cincuenta mil para apoyar a pequeñas empresas propiedad de mujeres. Por su parte, la primera dama Jill Biden, usó un abrigo del diseñador de origen mexicano, Jonathan Cohen como un guiño a la comunidad latina. El día de la inauguración, las marcas propiedad de diseñadores negros volvieron a relucir: Harris llevó un abrigo de Christopher John Rogers y Biden, Markarian.
Para Latinoamérica, la consolidación de una relación prolífica entre moda y política resulta compleja. Desde el contexto socio cultural, hasta el vínculo histórico entre privilegio económico y abuso del poder político, no permiten que exista una lectura objetiva de la semiótica de la moda. La ropa comunica y aunque sí juega un papel clave dentro de la construcción de la imagen pública de los personajes políticos latinoamericanos, se trata de una cuestión de imagología y no necesariamente de moda.